español (espagnol)

Mappemonde mettant en évidence le Japon.

El alba del Japón medieval en sus epopeyas

Tra­ducido del fran­cés

El apa­cible pe­ríodo de Heian (794-1185) se acabó en una con­fla­gra­ción. Al tér­mino de ba­ta­llas de una vio­len­cia excep­cio­nal, dos ca­sas riva­les, los Taïra y los Mi­na­mo­to, des­pla­za­ron, por tur­nos, a la aris­to­c­ra­cia de cor­te, que no dis­po­nía ni de un ejército ni de una po­li­cía sufi­cien­tes, y provo­ca­ron el ad­ve­ni­miento del régi­men feu­dal. Co­mienza en­ton­ces la Edad Me­dia ja­po­ne­sa. Este pe­ríodo de tras­tor­nos fue tal que «ha­bría que hur­gar en la Edad Me­dia ale­mana para en­con­trar una con­fu­sión se­mejante». Al refi­na­miento de la lite­ra­tura fe­men­ina de Heian suce­die­ron, desde en­ton­ces, rela­tos vi­ri­les, lle­nos de «asesinatos», de «ardides», de «ha­za­ñas ma­ravi­llosas» y de «ven­gan­zas lar­ga­mente prepa­ra­das» — «fuente de em­ba­razo y tur­ba­ción para los his­toria­do­res».

El rosario en la mano y la espada al cinto

De este al­bo­roto na­cie­ron los «di­chos gue­rre­ros» (gunki mo­no­ga­tari), que se sitúan en la en­cruci­jada de la cró­nica his­tóri­ca, de la epo­peya na­cio­nal y de una profunda me­dita­ción búdi­ca. Su fun­ción era por lo de­más me­nos lite­ra­ria, en el sen­tido en que no­so­t­ros lo en­ten­de­mos, que me­mo­rial y es­pi­ritual: se tra­taba ante todo «de apa­ciguar […] las al­mas de los gue­rre­ros que ha­bían pe­re­cido en los com­ba­tes» y, para los super­vivien­tes, «de bus­car un sen­tido a los acon­te­ci­mien­tos ca­ó­ti­cos que pu­sie­ron fin al or­den an­ti­guo». Esta fun­ción in­cum­bía a los «bon­zos del biwa» (biwa hôshi o biwa bôzu), ae­dos ge­ne­ral­mente cie­gos. Se­mejan­tes a nues­tros tro­va­do­res de an­ta­ño, re­co­rrían el país, de­cla­mando con voz can­tante las gran­des ha­za­ñas del pa­sa­do. En­vuel­tos en una tú­nica mo­na­cal, sin duda para co­lo­carse bajo la protec­ción de los tem­plos y mo­nas­te­rios, se acom­pa­ña­ban de su laúd de cua­tro cuer­das, el biwa1«Na­cido en el reino de Per­sia y sus re­gio­nes limí­t­ro­fes, el biwa se difun­dió en Asia orien­tal a lo largo de la Ruta de la Se­da. Per­fec­cio­nado en Chi­na, llegó al ar­chipiélago ja­po­nés ha­cia el siglo VIII». Hyôdô, Hi­romi, «Les mo­i­nes joueurs de biwa (biwa hôshi) et Le Dit des Heike» (Los mon­jes in­tér­pre­tes del biwa (biwa hôshi) y El di­cho de los Heike) en Brisset, Clai­re-Akiko, Brotons, Ar­naud y Struve, Da­niel (di­r.), op. cit., cuyos acor­des pun­tua­ban la melan­co­lía del rela­to.

En el co­ra­zón del reper­torio que es­tos ar­tis­tas trans­mitían de ma­es­tro a dis­cípulo, una tri­logía fun­da­men­tal relata las lu­chas fra­tri­ci­das que hi­cie­ron bas­cular el ar­chipiélago en una nueva era: El di­cho de Hôgen (Hôgen mo­no­ga­tari)2For­mas re­cha­za­das:
Récit des tro­u­bles de l’ère Hogen (Relato de los dis­tur­bios de la era Hogen).
La Chro­nique des Hogen (La Cró­nica de los Hogen).
Récit de l’ère Hôgen (Relato de la era Hôgen).
His­toire de la gue­rre de l’épo­que Hôgen (His­toria de la gue­rra de la época Hôgen).
Hôghen mo­no­ga­tari.
Hôghenn mo­no­ga­tari.
, El di­cho de Heiji (Heiji mo­no­ga­tari)3For­mas re­cha­za­das:
Épo­pée de la rébe­llion de Heiji (Epo­peya de la rebe­lión de Hei­ji).
La Chro­nique des He­igi (La Cró­nica de los He­igi).
Récit de l’ère Heiji (Relato de la era Hei­ji).
Récits de la gue­rre de l’ère Heiji (Rela­tos de la gue­rra de la era Hei­ji).
Heïdji mo­no­ga­tari.
Heizi mo­no­ga­tari.
, y el más ilus­tre de to­dos, El di­cho de los Heiké (Heiké mo­no­ga­tari)4For­mas re­cha­za­das:
Le Dit des Hei­kke (El di­cho de los Hei­kke).
L’Aven­ture d’Heike (La Aven­tura de Hei­ke).
His­toire des Heike (His­toria de los Hei­ke).
Con­tes du Heike (Cuen­tos del Hei­ke).
Con­tes des Heike (Cuen­tos de los Hei­ke).
La Chro­nique des Heiké (La Cró­nica de los Hei­ké).
La Chro­nique de Heiké (La Cró­nica de Hei­ké).
Chro­niques du clan Heike (C­ró­ni­cas del clan Hei­ke).
La Geste de la mai­son des Héï (La Gesta de la casa de los Héï).
Geste de la fa­mi­lle des Hei (Gesta de la fa­mi­lia de los Hei).
His­toire de la fa­mi­lle des Hei (His­toria de la fa­mi­lia de los Hei).
His­toire de la fa­mi­lle Heiké (His­toria de la fa­mi­lia Hei­ké).
His­toire de la mai­son des Taira (His­toria de la casa de los Tai­ra).
His­toire de la fa­mi­lle des Taïra (His­toria de la fa­mi­lia de los Taïra).
Récit de l’his­toire des Taira (Relato de la his­toria de los Tai­ra).
Ro­man des Taira (No­vela de los Tai­ra).
La Geste des Taïra (La Gesta de los Taïra).
Feike no mo­no­ga­tari.
. Los dos pri­me­ros, si bien pue­den pa­re­cer pro­sai­cos al des­cribir cómo los Taïra y los Mi­na­moto se in­si­núan poco a poco en el po­der mi­litar hasta adqui­rir una in­fluen­cia de­ci­siva so­bre los asun­tos de la cor­te, no por ello dejan de prepa­rar el drama por ve­nir y en­cie­rran ya esa «sen­sibi­li­dad a lo efí­me­ro» (mono no aware) que en­con­trará en El di­cho de los Heiké su expre­sión más aca­ba­da:

«El mundo donde vivi­mos
No tiene más exis­ten­cia
Que rayo de luna
Que se refleja en el agua
Sacada en el hueco de la ma­no.»

Le Dit de Hôgen; Le Dit de Heiji (El di­cho de Hôgen; El di­cho de Hei­ji), trad. del ja­po­nés por René Sieffert, Pa­rís: Pu­bli­ca­tions orien­ta­lis­tes de Fran­ce, 1976; reed. La­gra­sse: Ver­dier, col. «Ver­dier po­che», 2007.

La impermanencia como destino

Obra mo­nu­men­tal, ver­da­dera Eneida de las lu­chas in­tes­ti­nas y de las gue­rras en­car­niza­das que des­ga­rra­ron las dos ca­sas, cul­mi­nando con la ba­ta­lla de Dan-no-ura (25 de abril de 1185), El di­cho de los Heiké se aparta sin em­bargo ra­di­cal­mente de la tra­di­ción oc­ciden­tal. En lugar de abrir, a la ma­nera de Vir­gi­lio, so­bre los arma vi­rumque (las ar­mas y el hom­bre), la cró­nica ja­po­nesa re­cuerda desde su pri­mera lí­nea «la im­per­ma­nen­cia de to­das las co­sas»: «El or­gu­llo­so, cier­ta­men­te, no du­ra, ape­nas igual al sueño de una no­che de primavera». Los per­so­najes, gran­des o humil­des, son to­dos arras­tra­dos por el mismo tor­be­lli­no, ilus­trando a por­fía que, se­gún la fór­mula de Bo­s­suet:

«El tiempo ven­drá en que este hom­bre que os pa­re­cía tan grande ya no se­rá, en que será como el niño que está aún por na­cer, en que no será na­da. […] No he ve­nido sino para ha­cer nú­me­ro, ade­más no te­nían ne­ce­si­dad de mí; […] cuando miro de cer­ca, me pa­rece que es un sueño verme aquí, y que todo lo que veo no son sino va­nos simula­cros: Præte­rit enim figura hujus mundi (Pues pa­sa, este mundo tal como lo ve­mos)51 Co 7,31 (La Bible: tra­duc­tion offi­cie­lle litur­gique (La Biblia: tra­duc­ción ofi­cial litúr­gi­ca)).».

Bo­s­suet, Ja­cques Bé­nig­ne, Œuvres com­plètes (Obras com­ple­ta­s), t. IV, Pa­rís: Lefèvre; Fir­min Di­dot frères, 1836.

Así, El di­cho de los Heiké se ase­meja a una con­ti­nua pre­di­ca­ción, donde to­das las vi­ci­situdes de la vida de los hé­roes sir­ven para ilus­trar esta ley de la im­per­ma­nen­cia (mujô) y la va­ni­dad de las glorias hu­ma­nas. El caso de Taïra no Ta­da­nori (1144-1184) es a este res­pecto ejem­plar. Sor­pren­dido por el ene­migo, do­mina a su ad­ver­sa­rio, pero un ser­vi­dor cual­quiera de este in­ter­viene y le corta el brazo de­re­cho a ras del co­do. Sa­biendo lle­gado su fin, Ta­da­nori se vuelve ha­cia el oeste e in­voca con voz fir­me, diez ve­ces, al Buda an­tes de ser de­capita­do. Atado a su car­caj, se en­cuen­tra este poema de adiós:

«Arras­trado por las ti­nieblas
Me alo­jaré bajo
Las ra­mas de un ár­bol.
Solo las flores
Me aco­ge­rán esta no­che.»

Hoff­mann, Yoel, Po­è­mes d’a­dieu ja­po­nais: an­tho­logie co­m­men­tée de po­è­mes éc­rits au seuil de la mort (Poe­mas de des­pe­dida ja­po­nes­es: an­to­logía co­men­tada de poe­mas es­critos al um­bral de la muer­te), trad. del in­glés por Ag­nès Rozenblum, Ma­lakoff: A. Co­lin, 2023.

Una posteridad en claroscuro

Esta sen­sibi­li­dad búdi­ca, que im­pregna hasta las es­ce­nas más san­grien­tas, no basta sin em­bargo siem­pre para real­zar una na­rra­ción que puede pa­re­cer len­ta, re­gular, uniforme a los es­píritus for­ma­dos en la es­tética oc­ciden­tal. Pa­re­cida al so­nido de la cam­pana de Gion, la mar­cha de los di­chos es re­gular, de­ma­siado re­gular in­clu­so, y algo mo­nó­to­na. La­mento que rela­tos tan ilus­tres no ha­yan en­contrado un poeta igual­mente ilus­tre que los hu­biera fi­jado para siem­pre; que les haya fal­tado un Ho­mero que les hu­biera dado una va­rie­dad, una fle­xibi­li­dad eter­na­mente ad­mi­ra­das.

Como señala Geor­ges Bo­us­quet, los hé­roes homé­ri­cos tie­nen a me­nudo «ale­g­rías o debi­li­da­des ext­ra­ñas que nos ha­cen to­car con el dedo su hu­ma­ni­dad; los de Taïra no dejan nunca de ser con­ven­cio­na­les y fríos». Mien­tras que el in­ge­nuo na­rra­dor griego deja siem­pre aso­mar una vaga y fina son­risa de­trás de las pa­la­bras, «el rap­soda ja­po­nés no aban­dona nunca el tono épico y el porte es­ti­rado». Donde «re­suena como una fan­fa­rria la expan­sión ale­gre del tro­va­dor, aquí solo se oye el acento melan­cólico del budista de­so­la­do: “El hom­bre va­le­roso [tam­bién él] ter­mina por des­plomarse ni más ni me­nos que polvo al vien­to”».

Mappemonde mettant en évidence le Vietnam.

El Kim-Vân-Kiêu, o el alma vietnamita desvelada

Tra­ducido del fran­cés

Hay obras que llevan en sí los gus­tos y las as­pi­ra­cio­nes de una na­ción en­te­ra, «desde el con­duc­tor de ri­cks­haw hasta el más alto man­da­rín, desde la ven­de­dora am­bulante hasta la más grande dama del mundo». Per­ma­ne­cen eter­na­mente jóve­nes y ven suce­derse nuevas ge­ne­ra­cio­nes de ado­ra­do­res. Tal es el caso del Kim-Vân-Kiêu1For­mas re­cha­za­das:
Kim, Ven, Kièou.
Le Conte de Kiêu (El Cuento de Kiêu).
L’His­toire de Kieu (La His­toria de Kieu).
Le Ro­man de Kiều (La No­vela de Kiều).
Truyện Kiều.
His­toire de Thuy-Kiêu (His­toria de Thuy-Kiêu).
Truyên Thuy-Kiêu.
L’His­toire de Kim Vân Kiều (La His­toria de Kim Vân Kiều).
Kim Vân Kiều truyện.
No­uve­lle His­toire de Kim, Vân et Kiều (Nueva His­toria de Kim, Vân y Kiều).
Kim Vân Kiều tân-t­ruyện.
La No­uve­lle Voix des cœurs bri­sés (La Nueva Voz de los co­ra­zo­nes rotos).
No­uveau Chant du des­tin de malheur (Nuevo Canto del des­tino de des­gra­cia).
No­uveaux Ac­cents de do­uleurs (Nuevos Acen­tos de do­lores).
No­uveau Chant d’une des­ti­née malheureuse (Nuevo Canto de un des­tino des­gra­cia­do).
No­uveau Chant de so­uffrance (Nuevo Canto de sufri­mien­to).
No­uve­lle Voix des en­trai­lles dé­chi­rées (Nueva Voz de las en­tra­ñas des­ga­rra­da­s).
No­uveaux Ac­cents de la do­uleur (Nuevos Acen­tos del do­lor).
No­uve­lle Ver­sion des en­trai­lles bri­sées (Nueva Ver­sión de las en­tra­ñas rota­s).
Le Cœur bri­sé, no­uve­lle ver­sion (El Co­ra­zón roto, nueva ver­sión).
Đoạn-t­rường tân-thanh.
, este poema de más de tres mil ver­sos que mues­tran el alma vie­tna­mita en toda su deli­ca­deza, su pureza y su abne­ga­ción:

«Hay que con­te­ner la res­pi­ra­ción, hay que ca­mi­nar con pre­caución para es­tar en con­di­cio­nes de cap­tar la be­lleza del texto [tan­to] es gra­cioso (dịu dàng), bo­nito (thuỳ mị), gran­dioso (tráng lệ), es­plén­dido (huy hoàng).»

Du­rand, Maurice (e­d.), Mélan­ges sur Nguyễn Du (Mis­celá­nea so­bre Nguyễn Du), Pa­rís: École française d’Ext­rê­me-Orient, 1966.

El autor, Nguyễn Du (1765-1820)2For­mas re­cha­za­das:
Nguyên Zou.
Nguyên-Zu.
Hguyen-Du.
No con­fun­dir con:
Nguyễn Dữ (siglo XVI), cuyo Vasto Com­pen­dio de leyen­das ma­ravi­llosas es una crítica de su tiempo bajo el velo de lo fan­tás­ti­co.
, dejó la reputa­ción de un hom­bre melan­cólico y ta­citur­no, cuyo mutismo obs­ti­nado le va­lió esta repri­menda del em­pe­ra­dor: «Es ne­ce­sa­rio que, en los con­sejos, ha­bléis y deis vues­tra opi­nión. ¿Por qué en­ce­rra­ros así en el si­len­cio y no res­pon­der nunca más que con sí o con no?» Man­da­rín a su pe­s­ar, su co­ra­zón no as­pi­raba más que a la quie­tud de sus mon­ta­ñas na­ta­les. Llegó a mal­de­cir ese ta­lento mismo que, eleván­dolo a los más al­tos car­gos, lo alejaba de sí mis­mo, hasta el punto de ha­cer de ello la mo­ra­leja fi­nal de su obra ma­es­tra: «¡Que aque­llos que tie­nen ta­lento no se glorifiquen pues de su ta­len­to! La pa­la­bra “tài” [ta­len­to] rima con la pa­la­bra “tai” [des­gra­cia]». Igual a sí mis­mo, re­chazó todo tra­ta­miento du­rante la en­fer­me­dad que le fue fa­tal y, al en­te­rarse de que su cuerpo se hela­ba, aco­gió la no­ti­cia con un sus­piro de ali­vio. «¡Bien!», mur­muró, y esta pa­la­bra fue la úl­ti­ma.

La Epopeya del dolor

El poema relata el des­tino trágico de Kiều, joven de una be­lleza y un ta­lento in­com­pa­ra­bles. Mien­tras que un futuro ra­diante le pa­rece pro­me­tido junto a su pri­mer amor, Kim, la fa­ta­li­dad llama a su puer­ta: para sal­var a su pa­dre y a su her­mano de una acu­sación ini­cua, debe ven­der­se. En­ton­ces, co­mienza para ella un pe­riplo de quince años, du­rante los cua­les será suce­siva­mente sir­vien­ta, con­cu­bina y pros­ti­tuta, huyendo de un in­for­tu­nio para no en­con­trar más que uno peor. Sin em­bar­go, como el loto que florece so­bre el fan­go, en me­dio de esta ab­yec­ción mis­ma, Kiều con­serva «el puro per­fume de su no­bleza origi­nal», guiada por una con­vic­ción in­quebran­ta­ble:

«[…] si un pe­sado karma pesa so­bre nues­tro des­ti­no, no re­crimi­ne­mos contra el cielo y no lo acu­se­mos de injus­ti­cia. La raíz del bien re­side en no­so­t­ros mis­mos.»

Nguyễn, Du, Kim-Vân-Kiêu, trad. del vie­tna­mita por Xuân Phúc [Paul Sch­nei­der] y Xuân Viêt [N­ghiêm Xuân Việt], Pa­rís: Ga­llimar­d/U­NES­CO, 1961.

Entre traducción y creación

Fue du­rante una em­bajada en China cuando Nguyễn Du des­cu­brió la no­vela que iba a ins­pi­rarle su obra ma­es­tra. De un relato que po­dría juz­garse ba­nal, supo crear un «poema in­mor­tal / Cuyos ver­sos son tan dul­ces que dejan, so­bre el la­bio, / Cuando se han can­ta­do, un sa­bor de miel»3Droin, Al­fred, «Ly-Than-Thong» en La Jon­que vic­torieuse (El Junco vic­torio­so), Pa­rís: E. Fas­que­lle, 1906.. Esta fi­lia­ción china iba, sin em­bar­go, a con­ver­tirse en una man­zana de la dis­cor­dia para el or­gu­llo na­cio­nal na­cien­te. En la efer­ves­cen­cia de los años 1920-1930, armó la crítica de los na­cio­na­lis­tas más in­tran­sigen­tes, de los cua­les el le­trado Ngô Đức Kế se hizo por­tavoz:

«El Thanh tâm tài nhân [fuente del Kim-Vân-Kiêu] no es más que una no­vela des­pre­ciada en China y he aquí que ahora Vie­tnam la eleva al rango de libro ca­nó­ni­co, de Biblia, es ver­da­de­ra­mente darse una gran ver­güen­za.»

Phạm, Thị Ngoạn, In­tro­duc­tion au Na­m-Phong, 1917-1934 (In­tro­duc­ción al Na­m-Phong, 1917-1934), Saigón: So­ciété des études in­do­chi­no­i­ses, 1973.

En ver­dad, más allá de sus pa­sajes pres­ta­dos o li­cen­cio­sos, el Kim-Vân-Kiêu es ante todo el eco de las injus­ti­cias sufri­das por el pueblo vie­tna­mita. «Los can­tos de los al­dea­nos me han en­señado el ha­blar del yute y de la mo­rera / Llan­tos y so­llo­zos en los cam­pos evo­can gue­rras y duelos», es­cribe Nguyễn Du en otro poema4Se trata del poema «Día de Clara Pureza» («Thanh minh ngẫu hứn­g»). La fiesta de la Clara Pureza es aque­lla en que las fa­mi­lias hon­ran a los an­ces­tros yen­do, por el cam­po, a ha­cer el aseo de sus tum­bas.. A lo largo de la epo­peya apa­rece esta sen­sibi­li­dad vibran­te, a me­nudo des­ga­rra­do­ra, de un poeta cuyo co­ra­zón vibra al uní­sono del sufri­miento que her­vía con­fu­sa­mente en las ma­sas humil­des, como lo tes­ti­mo­nia este pa­saje:

«Los jun­cos apre­ta­ban sus cimas igua­les al so­plo ronco de la bri­sa. Toda la tris­teza de un cielo de otoño pa­re­cía re­ser­vada a un solo ser [Kiều]. A lo largo de las etapas noc­tur­nas, mien­tras que una cla­ri­dad caía del fir­ma­mento ver­ti­gi­noso y que las leja­nías se per­dían en un océano de bruma, la luna que veía le ha­cía aver­gon­zarse de sus jura­men­tos ante los ríos y los mon­tes.»

Nguyễn, Du, Kim-Vân-Kiêu, trad. del vie­tna­mita por Xuân Phúc [Paul Sch­nei­der] y Xuân Viêt [N­ghiêm Xuân Việt], Pa­rís: Ga­llimar­d/U­NES­CO, 1961.

Un espejo para el pueblo

La for­tuna del Kim-Vân-Kiêu fue tal que ha aban­do­nado el do­mi­nio de la lite­ra­tura para con­ver­tirse en un es­pejo en el cual cada vie­tna­mita se re­co­no­ce. Una can­ción po­pular ha erigido así su lec­tura en ver­da­dero arte de vivir, in­di­so­cia­ble de los pla­ce­res del sa­bio: «Para ser un hom­bre, hay que sa­ber jugar al “tổ tôm”5Juego de car­tas vie­tna­mita para cinco juga­do­res. Muy en boga en la alta so­cie­dad, tiene fama de exigir mu­cha me­mo­ria y perspi­ca­cia., be­ber té de Yun­nan y de­cla­mar el Kiều» (Làm trai biết đánh tổ tôm, uống trà Mận hảo, ngâm nôm Thúy Kiều). La supers­ti­ción se ha apo­de­rado in­cluso de él, ha­ciendo del libro un oráculo: en los mo­men­tos de in­cer­ti­dum­bre, no es raro que se abra al azar para bus­car, en los ver­sos que se pre­sen­tan, una res­puesta del des­tino. Así, del ga­bi­nete del sa­bio a la mo­rada más mo­des­ta, el poema ha sa­bido ha­cerse in­dis­pen­sa­ble. Es al le­trado Phạm Quỳnh a quien se debe la fór­mula, que ha que­dado célebre, que re­sume este sen­ti­mien­to:

«¿Qué te­ne­mos que te­mer, de qué debe­mos es­tar in­quie­tos? Que­dando el Kiều, nues­tra len­gua que­da; que­dando nues­tra len­gua, nues­tro país sub­sis­te.»

Thái, Bình, «De quel­ques as­pects phi­lo­so­phiques et reli­gieux du chef-d’œuvre de la litté­ra­ture vie­tna­mienne : le Kim-Vân-Kiêu de Nguyễn Du» (De al­gu­nos as­pec­tos fi­lo­só­fi­cos y reli­gio­sos de la obra ma­es­tra de la lite­ra­tura vie­tna­mita: el Kim-Vân-Kiêu de Nguyễn Du), Me­ss­age d’Ext­rê­me-Orient, n° 1, 1971, p. 25-38; n° 2, 1971, p. 85-97.

Mappemonde mettant en évidence le Japon.

En el margen de los sueños: Los Aparecidos de Ueda Akinari

Tra­ducido del fran­cés

Es en el mar­gen, a me­nu­do, donde ani­dan los ge­nios más sin­gula­res. Hijo de pa­dre des­co­no­cido y de ma­dre de­ma­siado co­no­cida —una cor­te­sana del ba­rrio de los pla­ce­res—, Ueda Aki­nari (1734-1809)1For­mas re­cha­za­das:
Aki­nari Oue­da.
Ueda Tōs­aku.
Uyeda Aki­na­ri.
no vio a su ma­dre más que una sola vez, cuando ya era hom­bre he­cho y es­critor célebre. Adop­tado por una fa­mi­lia mer­cante de Osaka, su exis­ten­cia es­tuvo mar­cada por esta ver­güenza origi­nal so­bre la cual sus ene­migos no se priva­ban de ata­car­lo: «Mis ene­migos di­cen de mí: es un niño de po­sa­da; peor aún, ¡es al­gún re­toño de proxe­neta fuera de edad! A lo que res­pon­do: […] en todo ca­so, soy en mi mon­taña el único ge­ne­ral y no me co­nozco par al­guno». A esto se aña­día una en­fer­me­dad en los de­dos2En­fer­me­dad que lle­vará en ban­do­lera al fir­mar su obra ma­es­tra con el seudó­nimo de Senshi Ki­jin, es de­cir el In­vá­lido de De­dos Defor­ma­dos. que le im­pe­día la ca­li­gra­fía per­fec­ta, orien­tán­dolo pa­ra­dóji­ca­men­te, a él, el or­gu­lloso joven poco in­cli­nado al ne­gocio, ha­cia una bús­queda in­telec­tual y lite­ra­ria en­car­niza­da. De esta exis­ten­cia ac­ciden­ta­da, de esta sen­sibi­li­dad a flor de piel, na­cerá su obra ma­es­tra, los Cuen­tos de lluvia y de luna (Uge­tsu mo­no­ga­tari)3For­mas re­cha­za­das:
Con­tes des mois de pluie (Cuen­tos de los me­ses de lluvia).
Con­tes de la lune vague après la pluie (Cuen­tos de la luna vaga des­pués de la lluvia).
Con­tes de la lune et de la pluie (Cuen­tos de la luna y de la lluvia).
Con­tes de pluies et de lune (Cuen­tos de lluvias y de luna).
Con­tes de la lune des pluies (Cuen­tos de la luna de las lluvias).
Con­tes de lune et de pluie (Cuen­tos de luna y de lluvia).
Con­tes du clair de lune et de la pluie (Cuen­tos del claro de luna y de la lluvia).
Ue­gutsu mo­no­ga­tari.
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De las fuentes y los sueños

Pu­bli­ca­dos en 1776, es­tos nueve rela­tos fan­tás­ti­cos mar­can un punto de in­fle­xión en la lite­ra­tura de la época de Edo. Aki­na­ri, rom­piendo con los «rela­tos del mundo flotante», gé­nero frívolo en­ton­ces en bo­ga, inaugura la ma­nera del yomihon, o «libro de lec­tura», que apunta a un público cul­ti­va­do, al cual ofrece un es­pa­cio de sueño y eva­sión. La origi­na­li­dad de su en­foque re­side en una sín­te­sis magis­tral en­tre las tra­di­cio­nes na­rra­ti­vas chi­nas y el pa­trimo­nio lite­ra­rio ja­po­nés. Si bien bebe abun­dante­mente de las re­co­pi­la­cio­nes de cuen­tos fan­tás­ti­cos de las di­n­as­tías Ming y Qing, como los Cuen­tos apagando la vela (Jian­deng xi­nhua), nunca se con­tenta con una sim­ple tra­duc­ción o una adap­ta­ción ser­vil. Cada relato está en­te­ra­mente ja­po­niza­do, trans­puesto en un marco his­tórico y geo­gráfico na­cio­nal y, so­bre to­do, trans­figurado por una melan­co­lía úni­ca.

A las fuen­tes con­ti­nen­ta­les, Aki­nari mez­cla con un arte con­sumado las re­mi­nis­cen­cias de la lite­ra­tura clá­sica de su país. La in­fluen­cia del tea­tro es en to­das par­tes sen­sible, no so­la­mente en los ges­tos y las fi­so­no­mías —es­píritus ven­ga­do­res, fan­tas­mas de gue­rre­ros, ena­mo­ra­das per­di­da­s—, sino tam­bién en la com­po­si­ción misma de los cuen­tos, que dis­po­nen sa­bia­mente el aleja­miento del mundo y la progre­sión dra­má­tica hasta la apa­ri­ción de lo so­bre­na­tural. Del mismo mo­do, la prosa ele­gante y florida (gabun) es un vibrante ho­me­naje a la edad de oro de la época de Heian, y par­ti­cular­mente al Ro­mance de Genji (Genji mo­no­ga­tari).

Una humanidad fantasmal

Lo que im­pre­siona en los Cuen­tos de lluvia y de luna es que el mundo de los es­píritus nunca está com­ple­ta­mente sepa­rado del de los vivos. Lejos de ser sim­ples mons­truos, los fan­tas­mas de Aki­nari es­tán do­ta­dos de una per­so­na­li­dad com­pleja, a me­nudo más rica y más origi­nal que la de los hu­ma­nos a los que vie­nen a ace­char. Sus apa­ri­cio­nes es­tán mo­ti­va­das por sen­ti­mien­tos po­de­rosa­mente hu­ma­nos: la fideli­dad hasta más allá de la muer­te, el amor ul­traja­do, los celos devo­ra­do­res o el odio inextin­guible. El es­pec­tro no es a me­nudo más que la pro­lon­ga­ción de una pa­sión que no ha po­dido saciarse o apa­ciguarse en el mundo te­rres­tre. Su voz, ve­nida de ul­tra­tum­ba, nos ha­bla con una tur­ba­dora mo­der­ni­dad de no­so­t­ros mis­mos.

Así Miyagi, la es­posa aban­do­nada que, en La Casa en­tre los jun­cos, es­pera siete años el re­greso de su ma­rido par­tido a ha­cer for­tu­na. Muerta de agota­miento y de pe­na, se le apa­rece una úl­tima no­che an­tes de no ser más que un túmulo fu­ne­ra­rio so­bre el cual se en­cuen­tra este poema des­ga­rra­dor:

«Así era,
Lo sa­bía y sin em­bargo mi co­ra­zón
Se me­cía con ilu­sio­nes:
En este mun­do, hasta este día,
¿Era pues esa, la vida que he vivi­do?»

Ue­da, Aki­na­ri. Con­tes de pluie et de lune (Cuen­tos de lluvia y de luna) (Uge­tsu mo­no­ga­tari), trad. del ja­po­nés por René Sieffert. Pa­rís: Ga­llimard, col. «Con­naiss­ance de l’Orient. Sé­rie ja­po­nai­se», 1956.

Lo fan­tás­tico en Aki­nari no es por tanto un sim­ple re­sorte del es­pan­to; es el es­pejo am­plifi­ca­dor de los tor­men­tos del al­ma. Los es­pec­tros vie­nen a re­cor­dar a los vivos sus fal­tas, la con­se­cuen­cia mo­ral de sus ac­tos. La ven­ganza de una es­posa trai­cio­nada o la leal­tad de un amigo que se da muerte para cum­plir su pro­mesa son ot­ras tan­tas pa­rábo­las so­bre la fuerza de los com­promi­sos y la fa­ta­li­dad de las pa­sio­nes.

El Cincelador de quimeras

El es­tilo de Aki­nari es sin duda lo que con­fiere a la obra su pe­ren­ni­dad. Alía la no­bleza de la len­gua clá­sica a un sen­tido del ritmo he­re­dado del , creando una mú­sica sin­gular que he­chiza al lec­tor. El tí­tulo mis­mo, Ugetsu, «lluvia y luna», tra­duce esta he­chizante melodía en una imagen —la de un claro de luna que se em­paña al mur­mu­llo de una lluvia fi­na, ins­taurando un marco ideal para las ma­nifes­ta­cio­nes de lo so­bre­na­tural, un mundo es­pec­tral donde las fron­te­ras en­tre el sueño y la rea­li­dad se des­dibujan.

Ar­tista in­depen­dien­te, Aki­nari tardó cerca de diez años en pulir su obra ma­es­tra, signo de la im­por­tan­cia que le atribuía. Una in­depen­den­cia in­telec­tual que se ma­nifestó igual­mente en sus vi­rulen­tas po­lémi­cas con el otro gran le­trado de su tiem­po, Mo­toori No­ri­naga, na­cio­na­lista avant la le­tt­re. Mien­tras este úl­timo erigía los mitos an­ces­tra­les de Japón en «única ver­dad», Aki­nari bur­laba este ideal afir­mando que «en todo país, el es­píritu de la na­ción es su he­dor». Así, este hijo de cor­te­sana supo, por la sola fuerza de su ar­te, im­po­nerse como una figura cen­tral, un «anar­quista per­fecto»4La expre­sión es de Al­fred Ja­rry a pro­pó­sito de Ubú, pero po­dría, por una ana­lo­gía osa­da, ca­lifi­car el es­píritu de com­pleta in­depen­den­cia de Aki­na­ri. que, bur­lán­dose de las con­ven­cio­nes, ha llevado el cuento fan­tás­tico a un grado de refi­na­miento sin igual. Sus sin­gula­ri­da­des, que re­que­rían de un co­raje par­ti­cular en una so­cie­dad ja­po­nesa que erigía la con­for­mi­dad en vir­tud supre­ma, no deja­ron de fas­ci­nar a Yukio Mis­hima, quien con­fiesa en El Japón mo­derno y la Ética samurái (Hagakuré nyūmon) ha­ber llevado con­sigo la obra de Aki­nari «du­rante los bom­bar­deos» y ad­mi­rado so­bre todo su «ana­cro­nismo delibe­rado». Los Cuen­tos de lluvia y de luna no son so­la­mente una an­to­logía del gé­ne­ro; son una imagen rein­ven­tada del relato a la ja­po­nesa, donde lo ma­ravi­lloso y lo ma­ca­bro dis­putan con la poesía más deli­ca­da, dejando al lec­tor bajo el en­canto du­ra­dero de un sueño ext­raño y mag­nífi­co.

Mappemonde mettant en évidence l’Iran et la France.

De Isfahán a Ménilmontant: El itinerario de Ali Erfan

Tra­ducido del fran­cés

Orien­te, con sus mis­te­rios y tor­men­tos, ha nu­t­rido desde siem­pre el imagi­na­rio oc­ciden­tal. Pero ¿qué sa­be­mos real­mente de la Per­sia con­tem­po­rá­nea, de esa tie­rra de poesía con­ver­tida en el tea­tro de una revo­lución que tras­tornó el or­den del mun­do? Es una ven­tana so­bre este Irán lleno de contra­dic­cio­nes la que nos abre la obra de Ali Er­fan, es­critor y ci­neasta1Cineasta: Un epi­so­dio ilus­tra las ame­na­zas di­rec­tas que pe­sa­ron so­bre el ar­tista y pre­cipita­ron su exi­lio. Cuando su se­gunda película fue proyec­tada en Irán, el mi­nis­tro de Cul­tura, pre­sente en la sa­la, de­claró al fi­nal: «El único muro blanco so­bre el que aún no se ha ver­tido la san­gre de los im­puros, es la pan­ta­lla de ci­ne. Si eje­cuta­mos a este trai­dor y esa pan­ta­lla se vuelve roja, to­dos los ci­neas­tas com­pren­de­rán que no se puede jugar con los in­te­re­ses del pueblo mu­sul­mán». na­cido en Is­fahán en 1946, y obli­gado al exi­lio en Fran­cia desde 1981. Su obra, es­crita en una len­gua fran­cesa que ha he­cho suya, es un tes­ti­mo­nio con­mo­ve­dor y de una rara fi­neza so­bre la trage­dia de un pueblo y la con­di­ción del exi­lia­do.

La escritura como resistencia

En su arte de son­dear las al­mas ator­men­ta­das por la ti­ra­nía y el ab­surdo del fa­na­tis­mo, mu­chos ven en Ali Er­fan al digno he­re­dero del gran Sadegh He­da­yat2Sadegh He­da­yat: Pa­dre de las le­tras ira­níes mo­der­nas, en­te­rrado en el Père-La­chai­se, en Pa­rís.. Su es­critura, de una crudeza im­pla­ca­ble, nos su­merge en un universo som­brío y opre­sivo, casi ka­fkiano — el de una so­cie­dad en­tre­gada al te­rror ins­taurado por la «fi­lo­so­fía aluci­nada de los ima­nes»: ya sean las muje­res per­se­gui­das de Ma fe­mme est une sainte (Mi mujer es una san­ta), los ar­tis­tas oprimi­dos de Le Der­nier Po­ète du monde (El úl­timo poeta del mun­do) o las figuras mal­ditas de Les Dam­nées du pa­ra­dis (Las con­de­na­das del pa­raí­so). La muerte que im­pregna es­tos rela­tos no es solo la de la vio­len­cia, sino la del Es­tado tota­lita­rio que la en­gen­dra, ese edi­fi­cio que, para erigir­se, ne­ce­sita un ce­mento de cuer­pos. Es ese mismo ce­mento el que en­contra­mos en Sans om­bre (Sin som­bra), un tes­ti­mo­nio po­de­roso so­bre la gue­rra Irán-I­rak, ese «es­pan­toso osa­rio», com­pa­ra­ble a las ba­ta­llas de trin­che­ras de la Gran Gue­rra, que be­bió la san­gre de cien­tos de mi­les de hom­bres:

«Tam­bién ha­bía vo­lun­ta­rios que, con la idea de mo­rir, excava­ban el suelo para ha­cer aguje­ros como tum­bas, que lla­ma­ban “cámara nup­cial para los aman­tes de Dio­s”.

Pero poco im­por­taba el sen­tido que cada uno daba a su mo­rada pa­saje­ra; debía ca­var su agujero en di­rec­ción a La Meca y no en fun­ción del ene­migo que es­taba en­fren­te.»

Er­fan, Ali. Sans om­bre (Sin som­bra), La Tour-d’Aigues: Éditions de l’Au­be, col. «Re­gards croi­sé­s», 2017.

Si Ali Er­fan no tiene la ale­g­ría de creer, ese es su defec­to, o más bien su des­gra­cia. Pero esta des­gra­cia se debe a una causa muy grave, quiero de­cir los crí­me­nes que ha visto co­me­ter en nom­bre de una reli­gión cuyos pre­cep­tos han sido des­na­tura­li­za­dos y des­via­dos de su ver­da­dero sig­nifi­ca­do, la fe con­vir­tién­dose en locura:

«Abrió sin prisa uno de los grue­sos expe­dien­tes, sacó una hoja, la exa­mi­nó, y de repente excla­mó:

—En­cie­rren a esta mujer en un saco de yute, y arró­jenle pie­dras hasta que reviente como un pe­rro. […]

Y con­ti­nuó, repitiendo el mismo ges­to, ba­lan­ceando el es­crito de aquel que ha­bía viajado ha­cia Dios, apo­de­rán­dose de otro […]. Se levantó brus­ca­men­te, de pie so­bre la me­sa, y gritó como un loco:

—Que el pa­dre es­tran­gule a su hijo con sus pro­pias ma­nos…»

Er­fan, Ali. Le Der­nier Po­ète du monde (El úl­timo poeta del mun­do), trad. del persa por el autor y Mi­chèle Cris­tofa­ri, La Tour-d’Aigues: Éditions de l’Au­be, col. «L’Aube po­che», 1990.

Del exilio y de la memoria

El exi­lio es una he­rida que nunca se cie­rra del to­do. En Adieu Mé­nil­mon­tant (A­diós Mé­nil­mon­tan­t), Ali Er­fan deja por un tiempo su Per­sia na­tal para ha­blar­nos de Fran­cia, su tie­rra de aco­gi­da. La no­vela es un ho­me­naje a la ca­lle de Mé­nil­mon­tant, ese ba­rrio cos­mo­po­lita de Pa­rís donde ha vivido y ejer­cido el ofi­cio de fotógra­fo. Es una cró­nica tierna y a ve­ces cruel de la vida de los «ext­ravia­dos del mundo», de esos pa­rias de la vida que, como él, han en­ca­llado en este refugio. Sin em­bar­go, in­cluso en Fran­cia, Irán nunca está lejos. Los olores, los so­ni­dos, los ros­tros, todo re­cuerda al Oriente per­di­do. Una me­mo­ria que, para lu­char contra el ol­vi­do, se­lec­ciona del pa­sado los ras­gos más so­bre­salien­tes.

Cada vez que em­prende la es­critura, Ali Er­fan busca el tiempo de su pri­mera juven­tud. Sa­bo­rea el éxta­sis del re­cuer­do, el pla­cer de reen­con­trar las co­sas per­di­das y ol­vi­da­das en la len­gua na­tal. Y, como esta me­mo­ria re­cupe­rada no cuenta fiel­mente lo que pa­só, es ella el ver­da­dero es­critor; y Ali Er­fan es su pri­mer lec­tor:

«Ahora, co­nozco su len­gua [el fran­cé­s]. Pero no quiero ha­blar. […] La señora di­ce: “Mi que­ri­do, di: jaz­mí­n”. No quie­ro. Quiero pro­nun­ciar el nom­bre de la flor que es­taba en nues­tra ca­sa. ¿Cómo se lla­ma­ba? ¿Por qué no me acuer­do? Esa gran flor que cre­cía en la es­quina del pa­tio. Que su­bía, que gi­ra­ba. Trepaba por en­cima de la puerta de nues­tra ca­sa, y caía en la ca­lle. […] ¿Cómo se lla­ma­ba? Olía bien. La señora dice otra vez: “Di, mi que­ri­do”. Yo lloro, lloro…»

Er­fan, Ali. Le Der­nier Po­ète du monde (El úl­timo poeta del mun­do), trad. del persa por el autor y Mi­chèle Cris­tofa­ri, La Tour-d’Aigues: Éditions de l’Au­be, col. «L’Aube po­che», 1990.

La obra de Ali Er­fan, a la vez sin­gular y univer­sal, nos su­merge en un Oriente opre­sivo, donde pesa la capa de plomo de una teo­c­ra­cia ten­ta­cu­lar. Cier­ta­men­te, se po­dría te­mer que el es­critor del exi­lio sir­va, a pe­sar de sí mis­mo, solo para ali­men­tar los cli­chés de la « is­la­mo­fobia oc­ciden­tal » — una te­sis en el cen­tro de « ¿Es la lite­ra­tura del exi­lio una lite­ra­tura me­nor? » de He­ssam No­ghreh­chi. Pero quien no viera ese lado de las co­sas per­de­ría lo es­en­cial; pues desde siem­pre, la cul­tura persa ha he­cho de la sepa­ra­ción y del exi­lio la fuente de su canto más puro. Esta es la lec­ción de la flauta de Rûmî, cuya mú­sica su­blime nace de su ta­llo arran­cado de su jun­cal na­tal: « Es­cu­cha la flauta de caña con­tar una his­toria; se la­menta de la sepa­ra­ción: “Desde que me cor­ta­ron del jun­cal, mi queja hace ge­mir al hom­bre y a la mujer” ». La voz de Ali Er­fan, como la de esa flauta, no nace en­ton­ces a pe­sar de la fi­sura, sino pre­ci­sa­mente por ella, trans­mutando la bruta­li­dad de lo real en una des­ga­rra­dora melo­pea.

Mappemonde mettant en évidence le Sénégal, la France, le Cameroun et la Guinée.

Co­ups de pi­lon de David Diop, o el Verbo hecho carne y cólera

Tra­ducido del fran­cés

La obra de David Diop (1927-1960)1For­mas re­cha­za­das:
David Man­de­ssi Diop.
David Léon Man­de­ssi Diop.
David Diop Men­de­s­si.
David Mam­be­ssi Diop.
No con­fun­dir con:
David Diop (1966-…), es­critor y univer­sita­rio, laureado con el pre­mio Gon­co­urt des lycéens en 2018 por su no­vela Frère d’âme (Her­mano de al­ma).
, tan breve como ful­guran­te, sigue siendo uno de los tes­ti­mo­nios más im­pac­tan­tes de la poesía de la ne­gritud mi­litan­te. Su único poe­ma­rio, Co­ups de pi­lon (Gol­pes de pi­lón) (1956), re­suena con una fuerza in­tac­ta, mar­ti­llando las con­cien­cias y celebrando la es­pe­ranza in­quebran­ta­ble de un África en pie. Na­cido en Bur­deos de pa­dre sene­ga­lés y ma­dre ca­me­ru­nesa, Diop vivió África me­nos a través de la expe­rien­cia de una es­tan­cia pro­lon­gada que a través del sueño y la he­ren­cia, lo que no resta nada a la po­ten­cia de un verbo que supo ha­cerse eco de los sufri­mien­tos y las revuel­tas de todo un con­ti­nen­te.

Una poesía de la revuelta

La poesía de Diop es ante todo un grito. Un grito de re­chazo frente a la iniqui­dad co­lo­nial, un grito de do­lor frente a la humi­lla­ción de su pueblo. En un es­tilo di­rec­to, des­po­jado de todo or­na­mento super­fluo, el poeta asesta sus ver­da­des como tan­tos «gol­pes de pi­lón» des­ti­na­dos, se­gún sus pro­pios tér­mi­nos, a «reven­tar los tím­pa­nos de quie­nes no quie­ren es­cu­charlo y res­ta­llar como gol­pes de lá­tigo so­bre los egoís­mos y los con­for­mis­mos del or­den». Cada poema es un re­qui­sitorio que es­ta­blece el ba­lance san­griento de la era tutelar. Así, en «Los Buit­res», de­nun­cia la hipo­c­resía de la mi­sión civi­liza­do­ra:

«En aquel tiempo
A gol­pes de boca de civi­liza­ción
A gol­pes de agua ben­dita so­bre las fren­tes do­mes­ti­ca­das
Los buit­res cons­truían a la som­bra de sus ga­rras
El san­griento mo­nu­mento de la era tutelar.»

Diop, David, Co­ups de pi­lon (Gol­pes de pi­lón), Pa­rís: Pré­sence afri­cai­ne, 1973.

La vio­len­cia es om­nipre­sen­te, no solo en la te­má­ti­ca, sino en el ritmo mismo de la fra­se, so­bria y cor­tante como una hoja. El célebre y la­có­nico poema «El Tiempo del Mar­ti­rio» es su ilus­tra­ción más con­mo­ve­do­ra, ver­da­dera le­ta­nía de la des­po­se­sión y del cri­men co­lo­nial: «El Blanco mató a mi pa­dre / Por­que mi pa­dre era or­gu­lloso / El Blanco violó a mi ma­dre / Por­que mi ma­dre era be­lla». Es­tos ver­sos sin ador­nos, que dan al texto su fuerza per­cutan­te, han po­dido des­con­cer­tar a al­gu­nos críti­cos. Sana Ca­mara ve en ellos, por ejem­plo, una «sim­pli­ci­dad del es­tilo que roza la po­breza, aun­que el poeta in­tente cauti­var­nos con la iro­nía de los acon­te­ci­mien­tos». Sin em­bar­go, es sin duda en esta eco­no­mía de me­dios, en este re­chazo del ar­ti­fi­cio, donde la bruta­li­dad del pro­pó­sito al­canza su pa­ro­xis­mo.

África en el corazón del verbo

Si la revuelta es el mo­tor de su es­critura, África es su al­ma. Es esa tie­rra ma­dre idea­li­za­da, en­trevista a través del prisma de la nos­tal­gia y el sueño. El apos­trofe limi­nar del poema «Áfri­ca» — «Áfri­ca, mi África» — es una de­cla­ra­ción de per­te­nen­cia y fi­lia­ción. Esta Áfri­ca, con­fiesa no ha­berla «co­no­cido nunca», pero su mi­rada está «llena de tu san­gre». Es al­ter­na­ti­va­mente la ma­dre amante y ul­traja­da, la bai­la­rina de cuerpo de «pi­mienta ne­gra», y la mujer ama­da, Rama Kam, cuya be­lleza sen­sual es una celebra­ción de la raza en­te­ra.

Es en esta África so­ñada donde el poeta ex­t­rae la fuerza de la es­pe­ran­za. A la des­es­pe­ra­ción que le ins­pira la «es­palda que se do­bla / Y se acuesta bajo el peso de la humil­dad», una voz res­pon­de, proféti­ca:

«Hijo im­pe­tuo­so, ese ár­bol robusto y joven
Ese ár­bol allá
Es­plén­di­da­mente solo en me­dio de flores blan­cas y mar­chitas
Es Áfri­ca, tu África que rebrota
Que rebrota pa­cien­te­mente obs­ti­na­da­mente
Y cuyos frutos tie­nen poco a poco
El amargo sa­bor de la liber­tad.»

Diop, David, Co­ups de pi­lon (Gol­pes de pi­lón), Pa­rís: Pré­sence afri­cai­ne, 1973.

Un humanismo militante

Re­ducir la obra de Diop a un «ra­cismo anti­rra­cista»2Sar­tre, Jean-Paul, «Or­phée no­ir» (Or­feo ne­gro), prefa­cio a l’An­tho­logie de la no­uve­lle po­é­sie nègre et mal­ga­che de lan­gue française (An­to­logía de la nueva poesía ne­gra y mal­ga­che de len­gua fran­ce­sa) de L. S. Sen­ghor, Pa­rís: Pres­ses univer­sitai­res de Fran­ce, 1948., para re­tomar la fór­mula de Sar­tre, se­ría des­co­no­cer su al­cance univer­sal. Si la de­nun­cia de la opre­sión del Ne­gro es el punto de par­ti­da, el com­bate de Diop abraza a to­dos los con­de­na­dos de la tie­rra. Su poesía es un cla­mor que se eleva «de África a las Amé­ri­cas» y su so­li­da­ri­dad se extiende al «es­tiba­dor de Suez y el culí de Ha­nói», al «vie­tna­mita acos­tado en el arro­zal» y al «for­zado del Congo her­mano del lin­chado de Atlanta».

Esta fra­ter­ni­dad en el sufri­miento y la lu­cha es la marca de un hu­ma­nismo profun­do. El poeta no se con­tenta con mal­de­cir, llama a la ac­ción co­lec­ti­va, al re­chazo uná­nime en­car­nado por la or­den fi­nal de «De­sa­fío a la fuer­za»: «¡Leván­tate y grita: NO!». Por­que, en defi­niti­va, más allá de la vio­len­cia del ver­bo, el canto de David Diop está «guiado solo por el amor», el amor de un África libre en el seno de una hu­ma­ni­dad re­con­ci­lia­da.

La obra de David Diop, se­gada en pleno de­sa­rro­llo por una muerte trágica que nos privó de sus ma­nus­critos por ve­nir, con­serva una ac­tua­li­dad ar­dien­te. Léo­pold Sé­dar Sen­ghor, su an­ti­guo profe­sor, es­pe­raba que con la edad, el poeta iría «humanizándose». Po­de­mos afir­mar que este hu­ma­nismo ya es­taba en el co­ra­zón de su revuel­ta. Co­ups de pi­lon (Gol­pes de pi­lón) sigue siendo un texto es­en­cial, una obra clá­sica de la poesía afri­ca­na, un viá­tico para to­das las juven­tudes ena­mo­ra­das de la jus­ti­cia y la liber­tad.

«Es ya mu­cho para una obra en suma bas­tante res­trin­gi­da, para una pri­mera y —¡a­y!— úl­tima obra. Pero hay textos que van al fondo de las co­sas y ha­blan al ser en­te­ro. Líri­ca, sen­ti­men­tal, expre­sión de una exigen­cia y de una cólera per­so­nal, esta poesía “lan­zada grave al asalto de las qui­me­ras” […] es cier­ta­mente de aque­llas que, eter­na­men­te, para pla­giar a Cé­sai­re, de­sa­fia­rán a “los la­ca­yos del or­den” [es de­cir, los agen­tes de repre­sión], de aque­llas que […] siem­pre obs­ti­na­da­men­te, re­cor­da­rán que “la obra del hom­bre acaba de co­men­za­r”, que la feli­ci­dad siem­pre está por con­quis­tar, más be­lla y más fuer­te.»

So­ciété afri­caine de cul­ture (di­r.), David Diop, 1927-1960 : témo­ig­nages, études (David Diop, 1927-1960: tes­ti­mo­nios, es­tudio­s), Pa­rís: Pré­sence afri­cai­ne, 1983.